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VIII
Jugamos a las escondidas,
como no podía ser menos.
Si giro la cabeza
la pierdo de vista;
hago que me distraigo,
cuelgo una prenda y otra
-¡ya no está!-
Repaso la humedad de la tierra
en las macetas…
-¡y aparece!-
Es bella, me tienta nombrarla:
“langosta de ojos grandes”,
esmeraldina…
Vino con el calor,
extrañamente sola
-¿cómo no albergarla?-
Riego las hojas con cuidado,
amorosamente…
Que no le falte el agua…
Que los tallos más finos
la disparen de nuevo
al rubor del día.
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